A lxs sin nombre
A ese viejo roquero
A Hector
A Victor Clementi
I
No hay nadie ahí. Ella está. Puebla el suelo su mirar negro,
me espera.
Un viejo roquero me sorprendió en el camino y sentenció “¡desde hoy vas a
aceptar esta prisión!”
Tenía el dedo índice torcido como aquel anciano Pataxó,
quien dijo en Porto Seguro, que mi sombra es la cuna de mi muerte que me
acompaña en su espera.
¡Muñeca raquítica voy a vos sin remedio! Adoro tu figura
siempre a mi lado, bailando en mil siluetas. Jugas a tocarme, pero no puede ser
aunque de noche me abrazas en un vestido tenue.
Te negué mis ojos alguna vez, erguí mi cabeza y el Sol los quemó, ahora creo
que es solo tu aroma lo que intuyo. Quizá sean las flores sepulcrales lo dulce
que prueba mi olfato ¿o será mi propia
negación?
Y sigue sin haber nadie ahí. Ella está.
II
No voy a hablar de los que nadie habla
porque ellos ya no tienen un nombre,
por lo menos, uno que pretendamos recordar
¿Quien soy yo para describir la nada?
Que no tiene lagrimas o miedo a la ignorancia
ni a la que nos inventamos ni a la de verdad.
Los que no tienen cuerpos para ser violados
ni imágenes cargadas para que alguien trafique
¿dónde irán a pedir ayuda con sus voces amordazadas,
en que hombro huidizo caerán a llorar?
Maximiliano Costa Martínez