miércoles, 27 de marzo de 2013

JUGARSE



El manto de la noche había caído, el mundo era un conjunto de lejanos susurros. La Muñeca de Trapo, despertó y los botoncitos cosidos a su cabeza, se transformaron en ojos rosados. Miró las oleadas de sabana, en la que estaba sumergida hasta su cuello de corderoy, aplastada contra un vientre lleno de gatitos que ronronean toda la noche. Ella solo recuerda unos murmullos en su oreja, como un eco constante desde el ombligo. Ahora se pregunta como seria despierta esa niña de piel tan fina que ronca sin alterarse.
Las costuras se le ajustaron y los hilos quedaron tensos hasta que al fin bajo los bracitos con puño de arpillera. Se deslizo por debajo de los dedos de la enorme humana que la tenía cautiva y se dejó caer por toboganes de cobijas. Caminó hacia la puerta, que estaba levemente entreabierta. Otros juguetes ya animados hacían lo mismo, perros, conejos y osos de felpa salían de cajas; muñecas plásticas y bebotes de goma, levantándose del piso; resortes, ranas a cuerda y mariposas mecánicas saltaban de los estantes.
La horda de construcciones se dirigía al pasillo, La Muñeca de Trapo no era una más, todos miraban el gran bulto que llevaba, esa bocha colgante atada a un palo. Pero siguió pasito a pasito sin que nadie se atreviera a preguntar si…
Los rezagados, quienes se arrastraban, pronto iban encontrando sus extremidades faltantes y las reunían consigo mismos. Su mirada rosada vio a La Flor que Baila con Música -estará entristecida- pensó, pues en el mundo de los juguetes el silencio es sagrado y ya que en el día duermen, era víctima de su identidad, la dejo atrás, como todas las noches.
Se detuvo a esperar en su esquina del pasillo, donde los autitos doblaban hacia la sala de estar, algunos abrían sus puertitas para llamarle la atención, otros más tecnificados poseían luces que parpadeaban.
— ¿Que pasaría si supieran mi secreto? -pensaba, mientras sonreía mirando a otro lado.
Uno de los autitos se salió del camino y se detuvo frente a ella, era su amigo, una réplica de un taxi neoyorquino, Taxi-Boy.
— ¿
Espelo mucho señolita? -Dijo el Taxi dándole un acento japonés al silencioso idioma de los juguetes.
—Pasaron muchas horas desde ayer, estaba creyendo que el niño te había roto.
—Nos tienen en una vitrina, por lo menos hasta completar la colección, no nos usan. -dijo con un alivio manchado de piedad, pensando en los maltratos que se evidenciaban en ella.
La Muñeca de Trapo se quedó pensativa, con mirada extraña dirigida a un sócalo, ella no era de colección y tenía defectos de fábrica.
—Tengo un buen lugar donde ir -agregó, despabilándola-
chau vitrinas, chau maltrato, hola libertad y garabatos. Canturreó mientras ella le cambiaba el ánimo.
La Muñeca de Trapo miró a ambos lados y al notar que estaban solos, puso su bulto en el asiento trasero de Taxi-Boy y luego se fueron rodando hacia la puerta de salida.

Fin

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